Ya veremos
Antes de empezar su visionado, el título de esta película dirigida por Pedro Pablo Ibarra podría parecer una cruel humorada a costa del dramático punto de partida que le sirve de argumento. Ya veremos gira inicialmente alrededor del proceso de progresiva ceguera que acosa a Santi (Emiliano Aramayo), un niño de doce años de edad quien, para más inri, debe enfrentarse a los terribles efectos que acarrea este glaucoma (que podría dejarlo totalmente ciego y de por vida en cuestión de semanas) poco después del divorcio de su padre Rodrigo (Mauricio Ochmann) y su madre Alejandra (Fernanda Castillo). Un detonante argumental cuanto menos duro sobre el papel pero que a pesar de su potencial melodramático, y del cáustico y probablemente involuntario contraste que éste ofrece respecto al título de la película, se desarrolla ya desde sus créditos iniciales a partir de preceptos mucho más próximos al de la comedia ligera, en su vertiente más familiar y apta para todos los públicos. Pero esta opción genérica (y probablemente también comercial) no resulta inocua, afecta considerablemente el desarrollo del argumento de Ya veremos así como la ligereza con la que se combinan los elementos que conforman desde su puesta en escena hasta el retrato y presencia en pantalla de sus personajes, con el padre de familia encarnado por Mauricio Ochmann a la cabeza. No en vano, el actor protagonizó la que fue la película más vista en toda Iberoamérica durante el año 2017, la comedia mejicana Hazlo como hombre (2017), y su presencia en Ya veremos ha demostrado que más que un posible activo comercial, Ochmann es un valor seguro: pese a haberse estrenado solamente en Ecuador y en Méjico, país de producción del film junto a EE.UU. y Chile, la de Ibarra fue la segunda película iberoamericana más vista del 2018 con 4.247.883 espectadores, solo por detrás de Nada que perder (2018) y un poco por delante de Campeones (2018). Y todo, se diría, gracias a una hábil combinación de elementos dramáticos y valores familiares, servidos bajo la forma de una comedia ligera tan fácil de ver como también de olvidar, a pesar de lo competente de su factura técnica.

Fernanda Castillo

Mauricio Ochmann
Del llanto a la risa, o el drama como McGuffin
Alfred Hitchcock (1899-1980) definió el McGuffin como un elemento argumental capaz de poner en marcha el desarrollo de una trama y movilizar a sus personajes por ella, pero que no tiene ningún valor en sí mismo considerado. O por decirlo de otro modo, pese a que sin él una trama no avanzaría y sus personajes carecerían de un objetivo concreto, un McGuffin se define porque su resolución es, de todo lo que ocurre en la película en la que se inserta, lo que menos le interesa a sus espectadores. Una estrategia dramática utilizada en varias y en ocasiones excelentes películas que clarifica, al menos hasta cierto punto, el lugar que la enfermedad del pequeño Santi ocupa en la construcción y desarrollo de Ya veremos como impulsor de una trama en la que ocupa un lugar secundario, supeditado a la bis cómica del actor Mauricio Ochmann en la piel del progenitor del niño, Rodrigo, y de la buena química que mantiene en pantalla con la actriz Fernando Castillo, que interpreta a la madre de Santi.
Bajo esta perspectiva, no extraña que prácticamente toda la película de Ibarra no se centre tanto en la posibilidad de que Santi pueda quedar ciego a corto plazo si no en si Rodrigo y Alejandra serán capaces de reconstruir su relación. Más claro agua: Ya veremos es, pese a lo tremebundo de algunos de sus elementos, una comedia romántica sobre un padre de familia que parece vivir únicamente para su trabajo como obstetra y para criar a su hijo y que intenta recuperar al amor de su vida y madre de este, quién, a su vez, se encuentra a punto de casarse con Enrique (Erik Hayser) riquísimo empresario y heredero de una potente fortuna. Una base argumental cuanto menos estereotipada -nada sorprendente en su desarrollo, trillado a más no poder - que reduce la ceguera de Santi a simple excusa narrativa para justificar que Rodrigo y Alejandra unan sus fuerzas, a petición expresa de su hijo, para ayudarle a presenciar todo aquello que, quizás, no podrá llegar a ver en el futuro. A partir de ahí, y con una lista de cosas por hacer/ver de puño y letra del pequeño como guía, Ya veremos se convierte en una sucesión de parajes y de actividades lúdicas que pueden llevarse a cabo en la ciudad de DF, según una lógica acumulativa en el que la vistosidad parece primar sobre la lógica narrativa. Visto así, el glaucoma y posterior enfermedad de Santi se convierte en un McGuffin en toda regla, tanto dentro como fuera de la realidad de la película, condicionando el desarrollo del film y viéndose a todas luces reducido a una simple excusa argumental por parte del realizador.
El avance de la ceguera de Santi es servido por Ibarra con la misma ligereza que se desprende del resto de los elementos que componen su película ya desde el primer momento; la comedia suave devora el drama que late bajo su argumento para ponerse al servicio de un plantel actoral más o menos capaz, eso sí, de levantar unos personajes que son puro estereotipo. El uso de la banda sonora firmada por Manuel Riveiro, que en su sencillez se erige por si sola como la antítesis de la épica sacrificial en la que fácilmente podría haber caído Ya veremos en su totalidad, resulta sintomática en este sentido: pueden contarse con los dedos de una mano los instantes en los que el director cede a la tentación de cargar las tintas en el lado dramático mediante subrayados musicales. Aunque esta ligereza no siempre parece fruto de la visión que Ibarra y sus colaboradores tengan sobre la historia que narran en su película; muchas, por no decir la mayoría de las veces, ésta viene provocada por la tibieza con la que se disponen los elementos que la componen. Ahí están, a modo de muestra, su dirección de fotografía (cortesía de Martín Boege) tan competente como intercambiable en sus labores de iluminación, pese a verse muy beneficiada por los espectaculares escenarios que componen la lista de lugares a visitar de Santi, un montaje que ni suma ni resta, a excepción hecha de una secuencia automovilística más ruidosa que trepidante, o una planificación planteada a modo de ilustración del guión, y que solo en contados momentos logra transmitir alguna idea ajena al libreto en el que se basa. Y es que en Ya veremos no faltan instantes como el primer encuentro en pantalla entre Rodrigo y Alejandra, presentados en un plano general que subraya el grado de distancia que existe entre ellos a partir de la lejanía física desde la que se hablan, u otro posterior, más dramático, en el que Santi parece haberse perdido víctima de su ceguera, y cuya importancia es subrayada por un montaje al ralentí, que denotan una intencionalidad, efectista pero no del todo desdeñable, por parte de Ibarra. O el plano que cierra el film y que en su sencillez logra simultáneamente dotar de significado emocional tanto a su contenido como a lo que deja fuera de campo...
Momentos muy puntuales, aislados de un conjunto marcado a grandes rasgos por una asumida atonalidad que rehúye cualquier tipo de interferencia para con las buenas intenciones de su guión o el trabajo de los actores, convertidos en el auténtico sostén de la función. Destacan en este campo la interpretación de un carismático Ochmann como el simpático Rodrigo, o de Fernanda Castillo, cuyo más antipático rol como maternal voz de la razón (tanto para Santi como se diría que también para el propio Rodrigo) queda compensado por la química que se desprende de las escenas que comparte con su partenaire masculino. Gracias a ellos, convertidos en los verdaderos protagonistas de Ya veremos, y a la falta de pretensiones del conjunto del film, la película funciona sin salirse jamás de lo rutinario de su propuesta, pero sin tampoco desbarrar ni hacia el drama al que apuntan algunos de sus elementos ni tampoco hacia la comedia más chabacana, presente en algunos instantes afortunadamente aislados como las bochornosas irrupciones de la amante de Rodrigo, Irma (Estefanía Ahumada) en el apartamento de este. Lo que en los mejores momentos de Ya veremos genera un cierto equilibrio que muchas veces se diluye en la pura nada, fruto de su falta de garra. Porqué nada, ya sea el que la ceguera parcial de Santi se torne en definitiva, la separación de sus padres o la relación que Alejandra mantiene con su nuevo novio Enrique, se plantea como algo irreversible para ninguno de sus tres personajes principales, sino como una oportunidad de recuperar la alegría de vivir. Un sentimiento que en ocasiones se plantea desde los diálogos como algo irrecuperable pero que a duras penas se intuye en pantalla como insustituible, provocando una impresión de poca importancia que se transmite al propio visionado de la película, ligera en su falta de pretensiones y en su agradecible honestidad pero que, al igual que ocurre con la gravedad del glaucoma que amenaza la visión de Santi en Ya veremos, se olvida de forma casi inmediata una vez la película ha llegado a su final.
De la pequeña a la gran pantalla: Apuntes sobre Pedro Pablo Ibarra

Pedro Pablo Ibarra
Nacido en Ciudad de Méjico (Méjico) el 5 de octubre de 1967, la meteórica carrera en el audiovisual de Pedro Pablo Ibarra, conocido también por sus alias Pitipol Ybarra, Pedro P. Ybarra o Pedro Pablo Ybarra, dio comienzo a una edad muy temprana. Ya a los 18 años, empezó a trabajar como miembro del equipo de producción de documentales estrenados en cine y televisión; un medio en el que desarrollaría una parte importante de su exitosa carrera como director, años después. Al cumplir los 20, Ibarra empezó a trabajar en publicidad hasta alcanzar, en 1992, el puesto de asistente de dirección para Pedro Torres. Este galardonado director de la televisión mejicana le ofreció a Ibarra la posibilidad de trabajar como director para su compañía, encarando la dirección de anuncios de repercusión internacional para compañías de renombre mundial y haciéndose con numerosos galardones por su trabajo tras las cámaras. En el año 1996 empezó a combinar su labor como director de spots publicitarios (y de algunos videos musicales de cantantes de la fama de Luís Miguel o Carlos Baute) con su trabajo como Director de contenidos para el Grupo Argos, donde terminó trabajando oficialmente tres años después, en 1999, ya como director general de Argos Producciones. Durante este periodo de tres años, Ibarra se encargó de la dirección de paquetes publicitarios que incluían desde anuncios para la televisión hasta especiales para la pequeña pantalla en la que no tardaría en hacerse un nombre. Bajo su batuta como director de contenidos surgieron proyectos televisivos como Nada personal (1996), Mirada de mujer (1997) o La vida en el espejo (1999). Posteriormente, y en paralelo con sus trabajos para Argos Producciones, trabajó para Television Azteca, y entre el 2001 y el 2004, para las compañías mejicanas de publicidad Focus y García Bros. Una prolija carrera en el terreno del audiovisual y sus múltiples derivados que hizo posible la exitosa fundación de su productora, Chocolate Cine, en el 2005, con la que impulsó telenovelas como Los plateados (2005), producida por Argos Producciones y emitida por el canal Telemundo. Poco después, Ibarra fue invitado por la afamada cadena de televisión de pago HBO Latinoamérica para que dirigiese cuatro episodios de la primera temporada de la serie Capadocia (2008-2012), que se fue nominada a tres Premios Emmy, incluyendo el de mejor serie dramática. Dirigió cinco capítulos más de la segunda y tercera temporada de Capadocia respectivamente, convirtiéndose a partir de 2010 en uno de los productores asociados de la serie. Ese mismo año, y fruto de su reconocida labor en televisión, Ibarra fue invitado por The International Academy of Television Arts & Sciences a formar parte del jurado de los Premios Emmy 2010.
Ya en el 2011, dio por fin el salto a la gran pantalla al ponerse tras las cámaras de El cielo en tu mirada (2011), que tras algunos escarceos con el formato de cortometraje se convirtió en su primera incursión en el cine como director. Dos años más tarde se estrenaba la exitosísima Amor a primera vista (2013), nueva película para el cine que compaginó con la realización de la serie televisiva Dos lunas (2013). El éxito de Amor a primera vista tanto en el Méjico donde se produjo como en los EE.UU. provocó que su siguiente película, A la Mala (2015), tuviese el honor de ser el primero de la historia del cine mejicano en estrenase simultáneamente en salas mejicanas y estadounidenses. 2017 fue un año especialmente cargado de estrenos para Ibarra: la miniserie Mita y mita (2017), la película El que busca encuentra (2017) y las series Érase una vez (2017) y muy especialmente Ingobernable (2017) distribuida por la todopoderosa Netflix, protagonizada por Kate del Castillo y de gran éxito en toda Iberoamérica, son una buena muestra del grado de hiperactividad creativa del realizador de Ya veremos, convertida por el momento en su último trabajo tras las cámaras. Aunque, viendo el monumental éxito obtenido en taquilla de esta película protagonizada por Mauricio Ochmann, es muy probable que la nueva película de Pedro Pablo Ibarra como director no se haga de rogar.
Julio 2019