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| Eduardo Martínez Gómez

Campeones

Cartel Nada que perder

Una de las rémoras que en demasiadas ocasiones acompañan a las películas que parecen planteadas para reconfortar la buena conciencia de sus espectadores reside en la distancia que, ocasionalmente, separa las intenciones, ideológicas o sociales de estos filmes de lo que, a falta de una más matizada definición, conocemos como buencine. Dirigida y co-escrita por Javier Fesser, Campeones, que, no por casualidad, a pocos días de escribir estas líneas recibió el Premio Platino al Cine y Educación en Valores sumando este galardón a una carrera trufada con premios referidos tanto a lo cinematográfico como a lo social y moral, es un filme que parte de alentar en sus espectadores esperanza en las capacidades de todo ser humano y que parece haber dado en la diana a través de una extremadamente buena puntería basada en el puro optimismo. Ya que su descomunal éxito de taquilla ha hecho de ella la película más vista en España del 2018, habiendo recaudado a día de hoy la friolera de 19.284.240 euros tras el paso de 3.322.399 espectadores por las salas en las que proyectó, convirtiéndose gracias a estas cifras en la segunda película más vista y taquillera de toda Iberoamérica en ese mismo periodo, sólo por detrás de la película de Alexandre Avancini Nada que perder, que fue recientemente comentada en este mismo espacio. Factor que, para sus detractores, puede implicar que un film como Campeonesapueste no solo por las buenas intenciones, si no por una forma fácil, por popular, de ponerlas en pantalla, enturbiando así la posibilidad de establecer un análisis que sin descartar los valores sociales del film se encuentre más centrado en sus valores estrictamente cinematográficos. Es decir, que tenga en cuenta como plasma en pantalla todas estas buenas (y tan lícitas como cualquiera de las otras posibles) intenciones. Pero ¿es así?.

Campeones las buenas intenciones por encima de todo

La historia de Campeones ofrece poco espacio no ya a la imaginación si no a un mínimo matiz que pueda compensar el rosario de lecciones sobre la integración social y cultural de personas discapacitadas intelectuales que componen su argumento. El film, firmado por un Fesser más atemperado de lo habitual en su particular estilo, se pone en marcha con la parca descripción de Marco Montes (un excelente Javier Gutiérrez), presentado como la quinta esencia de la amargura. Un hombre permanentemente enfadado con el mundo, egoísta y quejica pero acreedor de un demostrado talento como instructor de baloncesto, que cuando es expulsado del equipo en el que se gana la vida como segundo entrenador, precisamente por su derrotismo e incapacidad para colaborar con los demás, ahoga sus miserias en el alcohol y termina pasando la noche en el calabozo, después de estrellar su automóvil, borracho como una cuba, contra un coche de policía. Lo que sería un simple apunte más en una existencia que parece gobernada por un malhumorado nihilismo de no ser porque, tras pasar por los juzgados, Marco se ve en la tesitura de elegir entre dos años de cárcel o noventa días de servicios comunitarios, al frente de un equipo de baloncesto íntegramente formado por discapacitados intelectuales. Pero lo que comienza como una pesada obligación para el cenizo entrenador evoluciona, poco a poco, en el descubrimiento de una realidad, la de este equipo de discapacitados que se hacen llamar Los Amigos, de la que Marco tiene mucho que aprender.

Como puede deducirse de lo leído hasta aquí, la historia de Campeones no ofrece nada que no se haya visto antes con mayor o menor habilidad aunque sí con más ínfulas, por lo que se agradece que Fesser lo muestre con una transparencia y falta de pretensiones digna de elogio. De hecho, el tono asumido por el director de Campeones es muy liviano, casi gaseoso en su falta absoluta de otra ambición que no sea la de transmitir su integrador mensaje al público y, por el camino, hacerle pasar un buen rato, abrazando sin ambages la comedia como forma de contar una historia con un potencial melodramático, o dramático a secas, más que considerable. Pero este planteamiento, del que se agradece la ligereza pese a que en sí mismo considerado no sea ni mejor ni peor que cualquier otro planteamiento mientras se encuentre bien desarrollado, se convierte en un arma de doble filo al traducirse en imágenes y sonido. Y es que más que suavizar las aristas de las situaciones que plantea, Fesser las pulveriza hasta  el punto de esterilizar parte de su discurso, elidiendo completamente los avances deportivos de los diferentes componentes de Los Amigos capaces de justificar el meteórico ascenso del equipo en una liga de baloncesto de discapacitados intelectuales, que para más inri se resume en un precipitado montage, o provocando que el origen del mal humor de Marco -y que, como se descubre bien avanzada la película, se debe a una casi ruptura con su pareja Sonia (Athenea Mata)- se solucione prácticamente solo y en base a poco elaborados giros de guión que parecen más fruto del capricho que de una estrategia dramática más o menos trabajada. O que algunos personajes secundarios, caso del mejor amigo de Marco, Iván (Mariano Llorente) o en menor medida el compañero de trabajo de Sonia (Luís Bermejo), aparezcan y desaparezcan según sean o no útiles para el desarrollo de la trama principal, rebajando el trazo humanista al que se diría que aspira la película en algunos momentos. O al hecho de que algunos conflictos de cierto calado, como el trauma que arrastra Marco respecto a los ascensores desde que se quedó atrapado en uno de ellos, sus reticencias a tener un hijo con Sonia ya que la edad de ambos hace más que posible que pueda nacer con una discapacidad similar a los de los miembros de Los Amigos, o la relación que éste tiene con su madre Amparo (Luisa Gavasa), se resuelvan con una ligereza que deja al desnudo su condición de artefactos destinados a remover los buenos sentimientos del espectador, incapaces de encajar no tanto en el argumento principal de Campeones como en el estado de ánimo que Fesser desea transmitir al público. Al director sólo parece interesarle la zona luminosa por la que transitan sus personajes pero en su negativa a desarrollar los elementos menos amables que se intuyen en la trama de la película descompensa enormemente el conjunto del film, huérfano de un motor dramático que pueda dotarlo de un mínimo de densidad capaz, a su vez, de generar verdadera empatía. Pero no todo son malas noticias: la mentada ligereza del film también supone una bien intencionada irreverencia para con las discapacidades de los miembros de Los Amigos que oxigena un tanto la algo sobrecargada vertiente aleccionadora de la película. Una tendencia al sermón, que en muchos momentos resulta demasiado obvia como para no resultar antipática, que además resulta algo superflua si se la compara con una de las mayores y más consensuadas bazas del film: el hecho de que todos los personajes de discapacitados intelectuales que aparecen en la película, desde Marín (Jesús Vidal) hasta Collantes (Gloria Ramos), están interpretados por actores y actrices efectivamente discapacitados.

De esta forma, el grado de integración que la película reivindica una y otra vez queda orgánicamente incorporado en la propia producción de Campeones funcionando de cara al espectador de forma más solvente (y también ética, por ejemplar) que cuando declama las bondades de la integración desde artificiosas líneas de diálogo en las que la buena voluntad diluye, además, el desparpajo cómico del film. Seguramente por eso, mientras el personaje de Marco se mantiene como un infeliz durante aproximadamente la mitad del metraje de la película ésta funciona a buen ritmo, por un más o menos eficaz contraste entre la triste rigidez del entrenador y la alegre e involuntaria anarquía de Los Amigos. Pero cuando los problemas conyugales del entrenador se resuelven, y además en un pasmoso abrir y cerrar de ojos, el optimismo se desata, carente de cualquier contrapunto que pueda contrarrestar ni siquiera cómicamente los incontables enaltecimientos hacia una necesaria integración de las personas con discapacidad. Pero independientemente de esta, para el que firma, algo cargante tendencia al sermoneo, la cuestión es que éste espíritu aleccionador termina por sustituir las resoluciones lógicas a los conflictos que se plantean en Campeones, dando por concluidos problemas, personales y sociales, demasiado complejos como para verse reducidos, y encima resueltos, en base a alentadoras sentencias. Indudablemente, esto alimenta la impresión de ligereza que se desprende del visionado de Campeones antes comentada pero también la de estar asistiendo a una película cuya apuesta por el optimismo en todas sus vertientes y sin posibilidad de contrarréplica arrasa con la lógica dramática de un desarrollo que quizás por eso parece escasamente elaborado.

Sensación que no termina de disiparse ante la puesta en escena de un Javier Fesser que, en sus labores como director, se muestra en Campeones algo tibio en su estilo al supeditarse, se diría, a las buenas intenciones de su guión. Ya que si bien es cierto que su habilidad para conjugar el absurdo y los exabruptostonales, con una mirada bondadosa sobre sus personajes sigue siendo rastreable en los continuos juegos de réplicas y contrarréplicas entre los miembros de Los Amigos y entre estos y el protagonista de Campeones, también lo es que el peso del moralismo que supura el film rebaja la potencialidad cómica que se adivina en muchas escenas. Sería el caso del primer entreno de Los Amigos bajo la supervisión de Marco, que pese a todo se erige como el instante más logrado de la película en su uso del tempo cómico de sus diálogos, o de momentos dramáticamente más intensos que derivan en un algo indigesto kistch, como ocurre en la exageradamente intensa (pero carente de un mínimo sentido de la autoparodia) final del Campeonato Nacional. Y eso que no faltan secuencias como la que abre la película, filmada casi en su totalidad con cámara al hombro probablemente para dotar de fisicidad y aspereza el partido de baloncesto profesional en el que conocemos a Marco, o detalles estilísticos como la fugaz y fabulesca aparición de un pájaro que atraviesa la pantalla de lado a lado en dos instantes de la película vinculándolos así dramáticamente, en los que se adivina una intencionalidad por parte del director que no siempre se integra orgánicamente en los diferentes tonos que conviven, de forma desigual, en Campeones. Prueba de ello la encontramos en secuencias como el viaje en autobús en el que el los miembros de Los Amigos se enfrenta al desprecio de parte del pasaje, en una escena tan loable en lo humanista como peregrinamente puesta en pantalla, en base a planos en los que los diferentes pasajeros del bus critican la presencia del equipo de baloncesto que se concatenan mediante ortopédicos cortes, en una opción estilística que se repite en numerosas escenas de la película pero cuya artificialidad termina mermando la potencia de su tesis, que parece hueca por falta de credibilidad y/o humanidad de los componentes de la escena en su conjunto. O en un uso excesivo de la banda sonora firmada por Rafael Arnau, habitual colaborador de Fesser en estas lides, que acaba siendo algo cansino en su machacona insistencia en recordarle al espectador que, a pesar del drama humano que ocasionalmente asoma sin nunca mostrarse por completo en Campeones, nada logra ser lo suficientemente grave (ni denso) en esta película como para que deje una huella indeleble en su público.

Javier Fesser: Del genio a la figura

Todo un cambio respecto a la dirección a la que Javier Fesser parecía apuntar en 1998 con el estreno de su ópera prima El milagro de P. Tinto, compendio y potenciación de algunos de los elementos argumentales y sobre todo tonales y estilísticos de sus cortos precedentes, Aquel ritmillo (1995) y El secdleto de la tlopmpeta (1995), como un sentido del absurdo con escaso parangón dentro de la cinematografía española por su plasmación formal próxima al comic Bruguera y a una lógica próxima del dibujo animado. De la noche a la mañana, El milagro de P. Tinto se convirtió en una película de culto cuya capacidad para sorprender no ha perdido comba y en una carta de presentación en salas que tuvo su desarrollo lógico en un retorno a las que, se diría, eran sus fuentes de inspiración: la adaptación con actores de carne y hueso de los inmortales antihéroes de tebeo Mortadelo y Filemón, creados por Francisco Ibáñez, en La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003). Película que funcionó relativamente bien en taquilla pero no alcanzó la pegada crítica y popular de la opera primade Fesser, quien comenzó a preparar el primer giro de su carrera hacia temáticas potencialmente más dramáticas al participar en la co-producción de UNICEF dirigida coralmente junto a Patricia Ferreira,  Pere Joan Ventura,  Chus Gutiérrez y  Javier Corcuera En el mundo a cada rato (2004). Y es que cuatro años más tarde llegaba Camino, acreedora de seis premios Goya incluyendo el de Mejor Película, que mostraba a un Fesser en una órbita diferente en cuanto a argumento y capacidad para perturbar al espectador que, sin embargo, no impidió a Fesser ni continuar trabajando en diferentes cortometrajes, una constante en su carrera, ni tampoco regresar al universo de los antes mencionados personajes creados por Ibáñez con la película de animación por ordenador Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo (2014). Un film exitosísimo y críticamente alabado que deparó nuevos galardones a un director especialmente pródigo en reconocimientos de la Academia del Cine Español bajo la forma de Premios Goya, que en esta ocasión fueron por Mejor Guión Adaptado y Película de Animación. Todo un reconocimiento para este el penúltimo largometraje de Fesser antes de Campeones, nuevo pero coherente giro en la carrera de un director que ha pasado de ser considerado un muy particular talento del cine español a un autor con capacidad para aunar el aplauso del público, que ha acudido en masa a ver el film en salas, con el de, una vez más, el reconocimiento de la Academia del Cine Español, que otorgó el Goya a la Mejor Película del 2018, o de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, que la nominó al Premio Ariel a la Mejor Película Iberoamericana. Pero su enorme éxito no se circunscribe a lo estrictamente cinematográfico, ya que Jesús Vidal, que interpreta a uno de los miembros de Los Amigos, también fue premiado con el Goya al Mejor Actor Revelación, avanzando en la normalización de los y las intérpretes con discapacidad intelectual en un momento en el que, casualidad o no, las personas con discapacidad han recuperado su derecho al voto en el estado español. Galardones y medidas que, independientemente de lo que pueda pensarse de Campeones como película, son un triunfo social para la ciudadanía al completo.

Mayo 2019