Nada que perder

Pocas figuras despiertan en Iberoamérica tantas pasiones y rechazos como la del obispo evangelista Edir Macedo, el líder y cofundador, en 1977, de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) brasileña que, con más de 7.000 templos y 8.000.000 de fieles, es la institución evangelista más grande de todo el país. Revolucionario capaz de recuperar la palabra de Dios por y para el pueblo para algunos, o defraudador fiscal a nivel internacional y líder de una secta para otros, Macedo es, también, el propietario de Rede Record: el segundo medio televisivo más visto de todo Brasil y el quinto de todo el planeta. Una figura, pues, tan controvertida como la Iglesia que lidera -y que pese a su naturaleza evangelista fue expulsada de la Alianza Evangelista Portuguesa por explotación económica contra personas de escasos recursos- que se ha encaramado a la cima de la cinematografía iberoamericana de la mano del director Alexandre Avancini con la adaptación del primer tomo de sus memorias Nada que perder, precedente editorial de Nada que perder 2: Mis desafíos ante lo imposibley Nada que perder 3: Del quiosco al templo de Salomón. La fe que transforma, que se ha convertido en la película más taquillera del 2018 en Brasil y en todo el territorio iberoamericano. Un éxito arrollador que, como no podía ser de otro modo dado el encontrado estado de opinión que rodea la actividad del obispo y su Iglesia, ha sido igualmente preso de polémica por parte de sus detractores, que consideran Nada que perderuna loa sin ambages a Macedo, que minimiza los claroscuros de su vida pública hasta invisibilizarlos convirtiendo esta películano tanto en un biopic sobre el obispo como en su interesada hagiografía.
Contra todo, por todos
Originariamente referido a las narraciones sobre las vidas de los santos, el término hagiografía se ha ido secularizando desde sus principios cristianos a lo largo de la Historia, para acabar convirtiéndose en una biografía excesivamente elogiosa para con la vida de su protagonista. Un extremo más que plausible en Nada que perderya desde la forma en que se plantea y estructura el retrato del propio obispo desde el guión de Emilio Bocheat y Stephen P. Lindsey, que cuenta con la colaboración, no acreditada, del también productor de la película Douglas Tavolaro y el propio Edir Macedo.
Estructurada en gran parte de su metraje como un largo flashback,Nada que perder da comienzo el 24 de mayo de 1992 con la detención de Macedo (interpretado por un Petronio Gontijo incapaz de insuflar el poder de convicción que requería el personaje) por parte de la policía de Sao Paulo. Pero, más allá de que la fecha y el lugar en los que tiene lugar el arresto aparezcan sobreimpresos en pantalla, y de que la identidad del detenido se revele en la fotografía de su ficha de ingreso en prisión, nada más sabemos los espectadores sobre él ni tampoco sobre los cargos de los que se le acusan. Bajo este manto de desinformación, Macedo parece definirse como un criminal especialmente peligroso, vistas las proporciones del dispositivo policial encargado de su captura. Y en cierto modo así es, al menos tal y como se plantea el conflicto que durante toda la película enfrenta a Macedo con la realidad que le rodea. Ya que, tras esta corta escena introductoria, la película da un largo salto en el tiempo hasta 1953, en el Rio das Flores en el que Macedo pasó su infancia en el seno de una familia religiosa, para mostrarnos las primeras pruebas de fe del obispo cuando tenía ocho años. Rechazado a veces violentamente por el resto de niños de la localidad, a causa de una minusvalía que afecta la forma de sus manos, el futuro fundador de la IURD es retratado como un paria, un outsiderque se siente abandonado por Dios. Lo que despierta en él una suerte de búsqueda espiritual que desemboca, tal y como se nos muestra en una nueva elipsis temporal que hace avanzar la trama hasta 1962 situándola a caballo entre Sao Cristobao y Rio de Janeiro, en unos años de juventud que giran, una y otra vez, alrededor de su fe y la validez de la palabra de Dios como brújula moral en sus primeros tanteos amorosos. Momentos en los que este conflicto de fe se plantea bajo la forma de soliloquios del propio Macedo, que dialoga con Dios sin que éste parezca pronunciarse, o de diálogos con otros personajes que de forma un tanto abrupta, por precipitada, asientan ni que sea de viva voz el drama personal que acompañará al obispo durante gran parte del metraje.
Conflictos íntimos de fe que se erigen como el único elemento de continuidad entre escenas que de tan deslavazadas las unas de las otras se revelan incapaces de ocultar la que se diría es su verdadera intención: ilustrar la humildad de los orígenes de Macedo, reforzar el ideal tradicional sobre la familia que es propio a sus principios religiosos, y mostrar el rechazo que provoca la honestidad de su fe en muchos de los que le rodean. De esta forma, Nada que perderdescarta las acusaciones de hipocresía que, más adelante en la película, caen sobre el obispo desde las altas esferas del poder brasileño al mostrársele al espectador como alguien que, independientemente de si reprende a su esposa Ester (Day Mesquita) por estar incurriendo en el pecado capital de la pereza, o evangelizando transeúntes micrófono en mano desde la glorieta de un parque o desde el púlpito de la IURD, sigue siempre y a rajatabla los principios que predica, tanto en público como en privado. De los que se deriva uno de los pilares dramáticos de la película, que a su vez sustenta el conflicto que enfrenta al obispo contra el mundo que le rodea: que Macedo es un hombre honesto, de una pureza de fe casi infantil, en contraste con el status quo religioso, político, económico y mediático corrupto que conspira contra él para acabar con su creciente poder de convocatoria. Bajo esta perspectiva (recogida en el eslogan publicitario de la película, que reza Contra todo, para todos) Macedo pasa de ser un outsidera ser un rebelde que, tal y como sintetiza la primera escena de Nada que perder es hostigado, es criminalizado y hasta perseguido por los tentáculos del poder, para transformar su figura en otra más mesiánica como es la de un mártir. Un aspecto de su personalidad que, junto con su tozudez para lograr su meta evangelizadora, se convierte en el único rasgo definitorio del obispo, lo que provoca que su retrato sea, a ojos del público, uno absolutamente unidimensional. Y es que para cualquier por qué que pueda cuestionar la autoridad de la figura de Macedo u obstaculizar el cumplimiento de su sueño, tanto el obispo como se diría el director de la película Alexandre Avancini parecen tener la misma respuesta: porqué esa es la voluntad de Dios.
Una opción dramática que sobre el papel, y en sí misma considerada, no es ni mejor ni peor que cualquier otra, y que solventa todas las crisis personales, judiciales y de fe que pueda tener el obispo en Nada que perder, pero que en su traslación a la pantalla aqueja de una falta de trascendentalismo que convierte la providencia divina en pura arbitrariedad y la fortaleza de su protagonista en una flagrante y hasta farragosa ausencia de evolución tanto del personaje como del conflicto que le impulsa, debido a una puesta en escena atonal incapaz de transpirar un mínimo de espiritualidad. Y todo ello a pesar de que, como resulta harto visible durante su desarrollo, Nada que perderestá hecha con ingentes recursos: planos aéreos, profusión de extras, numerosas localizaciones engalanadas por una elaborada reconstrucción histórica de ambientes, llevada a cabo por los directores de arte Claudia Andrade, Joao Bizarro y Frederico Pinto, así como un encomiable trabajo en lo que respecta a la iluminación escénica por cortesía del director de fotografía Pedro Cardillo son algunos de los elementos que, potencialmente, podrían haber dado un saldo muy diferente. Pero su conjunción da como un resultado un film plano, incapaz de provocar un mínimo de empatía para con la causa pública y privada de Macedo.
Lo que, además, y al carecer de todo contrapeso en la película, lleva al traste la voluntad de Nada que perderde justificar en favor de Macedo las no pocas polémicas públicas y privadas que, siempre según lo visto en el film, han acompañado este primer tramo de la vida y carrera religiosa del obispo. El enorme contraste, instantáneo en la película a golpe de montaje, que se da entre la opulenta mansión en la que vive Macedo junto a su familia tras fundar la IURD y los pequeños apartamentos en los que Nada que perder lo mostraba viviendo en sus primeros años de matrimonio dan buena cuenta de este proceso de enaltecimiento de su figura que, mostrado de forma tan obvia, sólo que consigue generar serias dudas sobre las palabras de Macedo cuando afirma ante el juez que le acusa de explotar a sus fieles que todo lo que ha conseguido lo ha hecho gracias a la divina providencia. Como tampoco consigue disipar la turbiedad moral del trato de Macedo hacia Ester, quien a poco de prometerse con él le acusa de estar “controlándola”para, poco después, prometerle que se esforzará en ser la mujer que él necesite, o a su instantánea adopción de un bebé ofrecido por su madre indigente (Rita Batata) por considerar, desde el momento en el que se quedó encinta, que debía ser educado por Ester y el obispo, quien lo acepta y bautiza ante sus fieles con el nombre de Moisés… Instantes que podrían sostenerse desde la ambigüedad pero que sin embargo reciben un tratamiento dramático que, desde el guión, refuerza la imagen de integridad de Macedo al no ofrecer un contrapeso que cuestione no ya la indiscutible firmeza de sus convicciones si no la validez y/o moralidad de las mismas, quedándose en agua de borrajas al traducirse en una puesta en escena atonal que abandona la suerte del personaje a lo mucho o poco que pueda convencer su discurso a los espectadores de Nada que perder. Así, con sus constantes llamadas a la épica que caen en saco roto, la película se revela un rosario de escenas intercambiables las unas por las otras en cuanto a tono -que queda a cargo de la banda sonora de Otavio de Moraes- incluso en momentos de notable potencial dramático como la improvisada concentración de fieles de la Iglesia Universal del Reino de Dios frente a la cárcel donde Macedo fue encarcelado durante 11 días en 1992, o en otros como la descripción de la minusvalía que afecta al obispo, y que resulta imperceptible en pantalla… pese a que sí funciona, y contra todo pronóstico, en al menos un instante: el del exorcismo llevado a cabo por Macedo, que le confirma definitivamente como un hombre de Dios, y que pese a erigirse sin ninguna creatividad sobre todos los estereotipos propios del cine de terror habidos y por haber, es resuelto por Avancini con un grado de contención y relativa sordidez mucho más entonados que durante el resto del metraje.
Pero, más allá de las repercusiones que esta falta de pericia formal tiene sobre la capacidad de conmoción y empatía de Nada que perder, y que en cambio sí se desprende de las fotografías familiares de Macedo que trufan los créditos finales de la película,esta ausencia de espiritualidad también convierte el drama religioso del obispo en el retrato de un hombre hecho a sí mismo que lucha por cumplir su sueño. Una diferenciación que, al supeditar la fe de Macedo a su faceta como emprendedor, enaltece su figura muy, muy por encima de la causa que ambiciona. Lo que, a su vez, torna la naturaleza hagiográfica del guión en una película que, a caballo entre la propaganda y el panfleto personalista, probablemente solo funcione para los ya conversos a la causa.
Un filme controvertido
Fieles entre los que probablemente se cuente Alexandre Avancini; que no en vano inició su carrera con la serie televisiva Uga Uga (2000) para la filial Rede Globo de Televisao, donde también llevó a cabo miniseries y telefilmes como Presença de Anita (2001),El quinto de los infiernos (2002),Kubanacan (2003), antes de pasar a trabajar para la propia Rede Record co-dirigiendo las series Vidas opuestas (2006) y Caminos del corazón (2007). Desde entonces, y sin nunca abandonar el amparo de este medio comunicación, su carrera se centró en la adaptación de episodios y personalidades bíblicas en forma de miniseries televisivas como José de Egipto (2013), Moisés y los 10 mandamientos(2015), la serie Josué y la tierra prometida (2016) o, ya para la gran pantalla, Moisés y los 10 mandamientos: La película(2017). Estrenada en salas, esta adaptación de la teleserie emitida dos años antes se convirtió en la película más taquillera de la Historia del cine brasileño, con 11.304.046 espectadores en el país. Lo que, junto a la constante presencia de la religión en el último tramo de la carrera del director de Nada que perder, lo convirtió en el hombre perfecto para poner en pantalla, y desde una sensibilidad próxima a la telenovela, el primer tomo de la autobiografía del obispo Macedo.
Nada que perder es una coproducción de Paris Produçoes y, de nuevo, Rede Record. Una televisión que, como Rede Globo Televisao, a su vez, forma parte del Grupo Record que, tal y como se apunta en el film de Avancini, pertenece a Edir Macedo. Posiblemente, el hecho de que lo hace en un 90% de sus acciones ha llevado a sus detractores a considerar Nada que perder como una pieza de propaganda mediática para limpiar su imagen y la de su Iglesia, aumentar sus ingresos, e influir en la esfera política en la que participa con su propio partido, el Partido Republicano Brasileño (PRB) que en 2016 hizo del sobrino del obispo, Marcelo Crivella, alcalde de Rio de Janeiro, para así tapar sus presuntos delitos de fraude fiscal y lograr un hipotético apoyo gubernamental para arrebatarle la hegemonía del poder mediático brasileño a la cadena más vista del país, Rede Globo, en favor de Rede Record. Un extremo que muchos consideran parte importante en la decisión de la IURD de dejar de apoyar a Fernando Haddad, el candidato presidencial del Partido de los Trabajadores (PT) al que habían financiado durante años para pasar a hacer lo propio, desde púlpitos y canales televisivos, con la campaña del ultraderechista, y actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Un factor que, a decir de los defensores del obispo y su Iglesia, ha enturbiado la acogida crítica del film de Avancini, denostado por sus críticos por considerarlo un largo spotde la ideología que late bajo los principios religiosos de la IURD, hecho a mayor gloria de su líder. Lo que, cierto o no, y sea por la gracia de Dios o por la propia voluntad de Macedo, no impedirá que las 12.173.675 entradas contabilizadas en salas brasileñas durante el 2018 aseguren el estreno en toda Iberoamérica de la ya anunciada segunda parte de la lucha cinematográfica de Macedo contra todos aquellos que se opongan a su evangelizadora misión.
Marzo 2019
DATOS MRC sobre la película (Fuente MRC, Cinebase5):
Director: Alexandre Avancini
Estreno en Brasil: 29/03/18
Presupuesto de Producción estimado: 3.5M€
Distribución en Brasil: Downtown Filmes / Paris Filmes
Nº de Pantallas: 669
Recaudación: 29.6M€, Espectadores: 12.173.675
Estrenos en Iberoamérica: 17 países
Otros estrenos: EE.UU
Recaudación total fuera de Brasil hasta 31 Diciembre 2018: 3.85M€